Por la calle, en las fiestas, en el coche, en el gimnasio, en la cocina, cuando escribo… La música está siempre presente en mi vida. A veces me permite dejar la mente totalmente en blanco, y otras veces la ocupa con reflexiones. En muchas ocasiones, me lleva a pensar en las personas, en lo mucho que se parecen en realidad a las canciones.
Las hay intensas, con ritmo, de las que te vuelves inmediatamente adicto hasta que te agota y dejas de escucharla después de un tiempo. Otras, en cambio, te desagradan desde un principio. A algunas las toleras, e incluso de vez en cuando, te apetecen. Hay un tipo concreto que te desgarra por dentro, te marca, y no puedes volver a escucharla por los recuerdos y sentimientos que trae consigo. U otras con las que sólo conectas de fiesta o durante una alegre borrachera. Están las canciones que te acompañan a lo largo de tu vida, que te ofrecen su compañía cuando más lo necesitas, y con las que puedes cantarle a pleno pulmón a la vida hasta que te duela la garganta de pura alegría. También hay algunas canciones que son personas por sí mismas, como ese Volare que siempre será tu abuela, o toda la obra de Queen encarnando a tu padre.
Pero hay millones y millones de personas y canciones. Es un pensamiento que podría extenderse sin fin, como los decimales de un número periódico. Aún así, cuando me doy cuenta, siempre me sorprendo silbando la misma canción. La tuya, mi canción favorita.









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