Transformadas en laurel, prefiriendo la metamorfosis a ser cazadas por un hombre. Sacrificios humanos a los dioses, colocadas en el altar por quienes deben protegerlas. Presas de manadas de perros salvajes y hambrientos que alguien permite deambular por la ciudad. Un mazo de la justicia que cae encima de la víctima, no del agresor. Apolo sigue corriendo libre por el Olimpo y aún debemos compadecernos de él, que ha perdido a su amada y ahora lleva sus hojas de corona.
¿Por qué Dafne y no Apolo? ¿Por qué se castiga a la víctima y no al agresor?
Cada día en todo el mundo, y desde mucho antes del nacimiento de los mitos, hay mujeres que son Dafne, pero de un modo más doloroso. Sufren una metamorfosis a gritos, a golpes, a cortes. No hay ríos ni seres divinos que las escuchen, a los que pedir clemencia, y a veces no se tienen ni a ellas mismas. Con suerte, llegan órdenes de alejamiento que parecen poner fin a una pesadilla, pero que sólo funcionan mientras el hombre quiere. La distancia sin barreras de por medio se puede acortar en apenas unos segundos, resultando en una separación por fin efectiva, pero, de nuevo, con un laurel más en el camino.
No cambia absolutamente nada.
Y es que sólo debemos plantearnos qué pasaría hoy en día con Dafne si despertara y emergiera de su árbol: ¿qué le auguráis a una mujer joven, sola y desorientada? No podemos permitirnos descansar hasta que ella se atreva a despertar, a salir y a caminar descalza por la tierra húmeda y por el asfalto, sin tener que mirar atrás cada veinte pasos o estremecerse cada vez que la luz de las farolas juega con las sombras del camino.
No podemos permitirnos descansar hasta que se deje de cuestionar a la mujer por haber sido atacada y de empezar a culpar al hombre solo cuando ya es demasiado tarde.
Quizá ya lo sabíais, pero el nombre de Laura irónicamente proviene de laurel, cuyo equivalente griego es Daphne. No busco en absoluto dar más importancia a un caso de violencia y asesinato machista que a los demás, pero Laura Luelmo puso rostro a nuestros “basta” en los últimos días del año pasado. Laura trató de huir de un hijo de Apolo, de nuevo sin suerte. El río que era el padre de Dafne, en su historia era una carretera, y su orilla, allí donde la encontraron. A otra de tantas. Y este año empieza con la libertad de cinco violadores, con otro guiño de la justicia a Apolo.
Tras la pérdida de Dafne, el laurel se convirtió en uno de los símbolos del dios, y la corona hecha con sus hojas pasó a representar la victoria, cuando su origen es una gran derrota.
No todos los hombres son Apolo, sólo aquellos que se creen en su derecho de decidir el destino de una mujer, que se deifican y pisan a quienes no cumplen sus deseos y ordenanzas. Dafne en cambio lo somos todas, porque todas estamos en peligro y lo seguiremos estando hasta que quien debe impartir justicia tome conciencia de que el problema no se soluciona con medidas temporales y superficiales, ni tiene su origen en la actitud, la temeridad o la forma de vestir de la mujer. El problema se encuentra en nuestras raíces y es ahí donde se debe actuar. Eduquemos, protejamos, y pisemos con fuerza las coronas de laurel. Nos queremos vivas, y nunca adornando la cabeza de ningún hombre que sólo merezca una corona de espinas.
Que el perfume de nuestras hojas no acompañe nunca más al asesino victorioso al salir de prisión después de una condena irrisoria; que las penas que deban cumplir sean tan grandes como las causadas.









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